"Aún cuando lea esto en un sofisticado dispostivo electrónico, usted es un animal", escribe Annalee Newitz. "Esta idea radical proviene de los estudios de Charles Darwin sobre la evolución, y aún hoy, sobresalta a las personas". Somos animales, concretamente una categoría de primate, y si bien la cultura cambia muchas de nuestras propensiones (por ejemplo, los hombres asesinan menos a otros hombres para disputarles una mujer), otras son comunes a muchos animales: por ejemplo, en una célebre publicación de 1972, Robert Trivers informa sobre decenas de estudios que muestran que las hembras de diversas especies prefieren aparearse con machos que les ofrecen alimento, un nido o protección, una conducta que se observa también en las hembras humanas de más de cincuenta culturas muy distintas entre sí (Schmitt, 2005).
Querer diferenciarnos de los animales presupone que no tenemos nada bueno en común con ellos. Pero sabemos que nuestras propensiones cooperativas son comunes a muchas otras especies, y que las ideas de reciprocidad, retribución y equidad no fueron un invento de la Revolución Francesa sino que están presentes en primates, elefantes, ratas, pájaros y muchos otros animales (De Waal, 2016).
Entre las diversas especies hay similitudes y diferencias, y cuando se analiza un rasgo o un estudio hay que evaluar la evidencia y no presuponer que no hay nada en común.
Dejando de lado el pensamiento religioso, otra objeción a la idea de que los seres humanos somos animales proviene de los ambientalistas que sostienen que somos la única especie que puede transformar el planeta en un infierno contaminado. Pero eso ya lo han hecho las cyanobacterias, unas algas verde azuladas que se desarrollaron hace unos 3.500 millones de años y rápidamente comenzaron a llenar la atmósfera con oxígeno. Tampoco somos la única especie que utiliza la tierra para sus propios fines. Newitz da el ejemplo de los castores, que construyen presas que transforman por completo la forma en que el agua se mueve a través de los bosques, inundan algunas áreas y resecan otras. Las hormigas construyen enormes ciudades subterráneas, llenas de granjas donde "ordeñan" áfidos y cultivan hongos. De modo que no somos la única forma de vida contaminante, ni los únicos en transformar los paisajes con la construcción y la agricultura. Finalmente, tampoco somos la única especie que ocupa todo el planeta. Newitz señala que compartimos ese honor con otros animales invasores como las ratas, los cuervos y las cucarachas.
La otra objeción no religiosa a la idea de que somos animales proviene de la idea de que nos diferenciamos sustantivamente de otras especies. Newitz menciona grandes logros humanos como el lenguaje, la construcción de puentes colgantes, de cañerías dentro de las casas. "¡Gracias humanidad! Eso es cierto", exclama. Al igual que cualquier otra especie del planeta, tenemos nuestras normas y rituales particulares. En parte somos animales porque disponemos de un repertorio propio de conductas. Esto no nos priva de compartir muchos rasgos con otros animales. Darwin escribió sobre este tema en su libro "La expresión de las emociones en el hombre y en los animales". Hoy cientos de estudios científicos brindan una sólida evidencia de que animales que van desde los chimpancés hasta las ratas comparten las mismas emociones y muchas de las motivaciones que tenemos los humanos. Hace rato que sabemos que otros primates han utilizado herramientas, pero recientemente se descubrió que las usan los delfines, cuervos e incluso las nutrias marinas (Man y Patterson, 2013). No hay dos especies que tengan exactamente el mismo repertorio de conductas. Pero compartimos muchos rasgos con otras especies como para pretender que estamos más allá del estatus de los animales.
La consideración de que somos de una naturaleza completamente distinta y superior a los animales proviene al menos en parte de los comienzos de la filosofía, cuando el atributo humano de la razón fue presentado como lo verdaderamente peculiar de la naturaleza humana. Y, en efecto, fue la herramienta que nos permitió colaborar como ninguna otra especie, a gran escala, con desconocidos y lejanos, pero también el instrumento que llevó a organizar un genocidio, un asesinato a gran escala, el que nos permite alimentarnos de otros animales, y el que también puede librarnos de prácticas genocidas y crear tecnología que ofrezca nutrientes que nos eximan del sacrificio de seres sintientes.
Pero considerarnos fuera del reino animal y con un estatus especial por tener este atributo es objetivamente falso (compartimos muchos rasgos con otras especies) y éticamente cuestionable (cada grupo tiende a pensar que sus atributos son superiores a los del grupo vecino).
Sí, los humanos
somos animales
"¿Cómo es posible comparar a una persona
con un pavo real?" o "¡Que el cielo me libre de
definir a una persona por sus instintos y no
por su razón!". Ambas expresiones son muy
comunes, y suelen venir acompañadas
de la consabida acusación "¡biologicista!"
Presentamos algunas razones para evaluar
que tenemos más en común con el resto
de los animales de lo que solemos creer.
¿Somos animales? ¿Puede nuestra conducta humana ser comparada con la de seres vivos de otras especies? Cuando hablamos de las fuerzas biológicas que influyen (en general de manera no consciente) en nuestro comportamiento, aún reconociendo que interactúan con la cultura, es muy usual que alguien objete: "¿Cómo es posible comparar a una persona con un pavo real?" o "Que el cielo me libre de definir a una persona por sus instintos y no por su razón". La crítica suele venir acompañada por enojo ("No se puede rescatar nada de este artículo, y me genera cierta indignación, te la pasás comparando al hombre con un pavo real, o a la mujer con otras especies de ave, etc"). A continuación por lo general llega la acusación de "biologicista", sin reparar que en el texto se afirmó que biología y cultura interactúan.
Un argumento que cuestiona que el ser humano pueda compartir aspectos relevantes con otros animales, y que juzga incluso que las personas son "antinaturales por naturaleza", es que un animal se guía por instintos, mientras que al ser humano lo asiste la facultad de la razón. Pero los individuos también tenemos instintos, fuerzas que en general no son conscientes y que causan nuestras conductas: se las conoce por investigación experimental, no por lo que las personas dicen que hacen sino por las elecciones que realizan. El uso de la razón no es opuesto al de los instintos: la razón nos lleva a pensar lento cuando nos enfrentamos a nuevos desafíos, y los instintos, las intuiciones y las emociones nos permiten pensar rápido en situaciones familiares o en las que no hay mucho tiempo para decidir, como cuando estamos por cruzar una avenida y el miedo ante la presencia de un vehículo inadvertido nos lleva a correr (Daniel Kahneman escribió al respecto en su libro "Pensar rápido, pensar despacio").
Por último, quienes cuestionan que seamos animales a menudo sostienen que si admitiésemos que somos un animal más, entonces quedarían justificadas todas las atrocidades que cometen los animales, como por ejemplo, la coerción sexual, y que los Derechos Humanos serían solo un intento fallido de contrariar las teorías de Darwin. En primer lugar, la teoría de Darwin es un análisis de cómo han evolucionado las especies y de cómo descendemos de un tipo de primate. Los Derechos Humanos no contrarían la teoría de Darwin. Plantean el imperativo de la igualdad de derecho, que no debe ser confundida con la de identidad. En tal caso los Derechos Humanos limitan ciertos impulsos naturales agresivos y favorecen otros impulsos naturales cooperativos. Los seres humanos somos una especie altamente maleable y la educación y el progreso de la civilización objetivamente han reducido la violencia sexual, así como otras formas de violencia. Conocer nuestras propensiones, por el contrario, puede ayudarnos a desestimar y limitar las conductas indeseables.
Confundir el estudio de lo que es con la declaración de lo que debe ser es una de las formas de lo que se conoce como Falacia Naturalista. Si dijéramos que las mujeres deben dedicarse solo a criar hijos porque la división del trabajo en la naturaleza hace que las hembras estén focalizadas en esa tarea, estaríamos cometiendo esa falacia, puesto que los seres humanos pueden cambiar muchas de sus propensiones naturales. Si hay o no límites para estos cambios sería objeto de otro debate.
En síntesis: somos animales, tenemos atributos especiales como cualquier otro animal, así como un sesgo tribal a declarar una presunta (y dudosa) superioridad. La mención de nuestra animalidad no debería impulsar la ira ni las agresiones que con frecuencia desata por parte de quienes la niegan, emulando los peores rasgos de los animales de los que pretenden huir.
Roxana Kreimer
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Mann, J., & Patterson, E. M. (2013). Tool use by aquatic animals. Phil. Trans. R. Soc. B, 368(1630), 20120424.
Schmitt, D. P. (2005). Fundamentals of human mating strategies. The handbook of evolutionary psychology.
Yes, humans are animals. Analee Newitz
https://io9.gizmodo.com/yes-humans-are-animals-so-just-get-over-yourselves-1588990060