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Cuando se considera el patriarcado en términos históricos, a menudo se muestra una visión ingenua de la sociedad en la que todos los hombres tenían poder sobre todas las mujeres que no tiene en cuenta la clase y que las mujeres de la clase dominante tienen derechos y ventajas que no tenían los hombres inferiores. Esto es indudablemente cierto. Las estructuras jerárquicas de clase requerían que los hombres se diferenciasen de muchas maneras de las mujeres de un modo más elevado a lo largo del período medieval y eso solo cambiaría paulatinamente en la modernidad. Sin embargo, es un error tratar de “igualar las cosas” de esta manera y argumentar que porque casi todo el mundo estaba oprimido durante la mayor parte de la historia, la desigualdad de género era insignificante. Existió durante toda la historia inglesa medieval y en edad moderna temprana una estructura de género profunda en la sociedad en la que los hombres de la clase dominante tenían autoridad sobre las mujeres de la clase dominante y los hombres de la clase obrera sobre las mujeres de la clase obrera. Se exigía a las mujeres que obedeciesen a sus maridos y casi siempre debían casarse por la familia o por necesidad económica. Las esposas no tenían derecho a poseer propiedad hasta 1870, ni derecho a decidir sus propios movimientos, ni derecho a sus hijos ni a trabajar sin el consentimiento de su esposo. Las profesiones y los roles de la autoridad pública simplemente se les cerraban.

A un nivel ideológico más profundo, hubo una comprensión de lo masculino como lo que gobierna y de lo femenino como lo que es gobernado. Esto estaba tan profundamente arraigado que el asesinato de un marido era considerado traición en Inglaterra. La Ley de traición menor de 1351 reconoció tres casos de asesinato con agravante en el que un superior es traicionado por un subordinado: criados matando a maestros, clérigos matando a prelados y esposas matando a maridos. Esto no fue abolido hasta 1828.

Cuando Isabel I tomó el poder en 1558, tuvo que usar una considerable cantidad de recursos retóricos para superar el muy real escepticismo de sus asesores y súbditos hacia un liderazgo femenino. Para ello, dependía de una comprensión medieval del «cuerpo político» y del «cuerpo natural» del rey, en la que el rey era al mismo tiempo un gobernante divinamente nombrado y un hombre mortal, para permitir a sus consejeros y súbditos sentir que podían separar su forma femenina de su autoridad real. Vemos esto en su discurso en Tilbury en 1588,

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«Sé que no tengo sino el cuerpo flojo y débil de una mujer; pero tengo el corazón y el estómago de un rey, y de un rey de Inglaterra también»

Por supuesto, nunca se casó.

Reina Isabel I

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Una mejor crítica al concepto de patriarcado como una simplista estructura de poder de género es que esto ignora el hecho de que hay diferentes esferas de poder y diferentes formas de ejercerlo y que, aunque las mujeres no tengan mucho poder legal, lo poseen en otras formas. Gran parte de mi trabajo se ha centrado en las formas en que las mujeres obtuvieron autonomía y autoridad para sí mismas utilizando los sistemas de la ley, la expectativa social, la justicia comunitaria y la religión. La historia social reciente que intenta descubrir la historia de las mujeres ha revelado un papel mucho más activo para las mujeres de lo que se suponía anteriormente. Una lectura ingenua de la historia podría suponer que debido a que los registros relativos a las mujeres a menudo toman la forma de sermones y tratados que dicen a las mujeres que se queden en casa y se callen, así es como vivían las mujeres. En el popular texto de mediados del siglo XIV, “Como la buena esposa enseña a su hija” a las mujeres jóvenes se les instruye que sean “como una malva”, particularmente hacia sus maridos, llamados “su señor” y a quedarse en casa.

Cómo saber si vivimos

en un patriarcado:

Una perspectiva histórica

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La historiadora inglesa Helen Pluckrose,

especializada en historia de las mujeres,

sostiene en este artículo que en Occidente

ya no vivimos en un patriarcado. Quedan

por resolver desventajas y sexismo que

padecen ambos sexos.

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Helen Pluckrose: @HPluckrose

Traducción a cargo de

Marcos Cueva @MarDukTrut​ 

y Anxo Dopico @Carnaina

 

La palabra “patriarcado” parece estar en todas partes. En los periódicos, revistas en línea, programas de entrevistas o en las redes sociales, tan pronto como es planteada la cuestión sobre las relaciones de género o sobre derechos, también lo es el espectro del “patriarcado”. Las disputas se avivan por lo que significa, por si existe ahora y si por alguna vez existió. Mi área de investigación se centra en las maneras en que las mujeres inglesas negociaron el patriarcado usando la religión a finales de la Edad Media y principios de la época moderna, por lo que estoy bastante segura de que sí existió. Una comprensión histórica del patriarcado rechaza la afirmación de que era una forma directa de dominación masculina y la afirmación de que es una invención feminista y nunca existió realmente. Los argumentos de que el patriarcado existe en el Reino Unido, Estados Unidos o gran parte del mundo occidental en la actualidad dependen en gran medida de las reinvenciones del concepto, del que sostengo que sería mejor prescindir. En cambio, deberían ser reemplazados por investigaciones más rigurosas sobre si existe discriminación de género y una actitud más positiva hacia la individualidad.

Patriarcado literalmente significa “gobierno del padre”, y a nivel más básico se refiere a los padres literales que tienen el derecho de dirigir a la familia, incluyendo a los hijos. Cuando los hijos se casan, se convierten en cabezas de su propia familia y cuando lo hacen las hijas, se someten a las reglas de sus maridos. En las sociedades patriarcales, las mujeres son excluidas de las posiciones de poder dominante y se les niega la autonomía en sus propias vidas. Esto fue impuesto por ley y las expectativas sociales durante la mayor parte de la historia registrada. En las culturas cristianas, la idea del patriarca se relacionó estrechamente con la idea de Dios, el Padre. Aunque es probable que Dios fuese representado como padre porque el concepto de padre como alguien que ama y disciplina y debe ser respetado y obedecido era ya ampliamente aceptado, el cristianismo lo perpetuó como un imperativo moral.

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«No te comportes como una gansa
yendo de casa en casa, buscando entretenimiento.
No vayas al mercado
a gastar los ahorros, cuidado con eso
No vayas para nada a la taberna,
para vender tus bondades.
(…)
Dondequiera que gustes de cerveza o vino
no tomes mucho, y deja pasar el tiempo
(…)
No vayas a las peleas callejeras
No te metas en peleas de gallos».

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Sin embargo, debería quedar claro que no sería necesario seguir diciéndole a las mujeres que eviten hablar demasiado, hablar en voz alta, hablar enfadadas, discutir con los esposos, visitar amigos, comercios, tabernas, emborracharse y asistir a deportes sangrientos y de lucha libre si no fuera porque van a hacer todas esas cosas de manera bastante constante.

Las culturas cristianas también le dieron a las mujeres la limitada oportunidad de cierta autonomía y autoridad a través de la religión, a pesar de que la doctrina religiosa con frecuencia ofrecía una justificación para negarles ambas. En una sociedad cristiana patriarcal, el último patriarca era Dios y se entendía dentro del catolicismo medieval que Dios hablaba con hombres y mujeres. Esto le permitió a las mujeres santas y a las que serían santas convertirse en figuras de autoridad espiritual y también le proporcionó a las mujeres laicas un cierto poder para “ir por encima de las cabezas” de sus maridos y padres y citar la comunicación de Dios mismo. Dentro del protestantismo moderno temprano, se entendía que las mujeres podían y debían interpretar la Biblia por sí mismas. Basándose en el humanismo cristiano en 1611, Aemilia Lanyer fue capaz de escribir una refutación retórica intensamente lógica de la idea de que las mujeres deben ser subordinadas debido al pecado de Eva, señalando que fueron los hombres los que mataron al hijo de Dios y diciendo, con mucha ironía, que ella estaba dispuesta a hacer “borrón y cuenta nueva” de ser necesario.

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Marido y mujer

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Los historiadores han descubierto registros de mujeres utilizando un sólido conocimiento de la ley a su favor y que de manera continua organizan y administran los eventos de la Iglesia en torno a los cuales se basaban las comunidades. Estos últimos, en particular, las ponen muy al cargo de la vida social de las comunidades. Las mujeres también podían recurrir y promulgar formas de justicia comunitaria para apoyarlas y, antes del advenimiento de la policía, esta era a menudo la forma más fuerte de la ley.

Hay un relato notable de finales del siglo XIV de un sacerdote de Leicestershire llamado William de Swynderby (Willian el Ermitaño); que predicaba con tanta frecuencia sobre los fracasos y el orgullo de las mujeres (de mulieribus defectibus et superbia) que las vecinas conspiraban para sacarlo de la ciudad a pedradas. Al enterarse de esto, se dirigió apresuradamente a los comerciantes. Parece no tenía sentido que pudiese depender de los hombres de la ciudad para detener a las mujeres y, de hecho, su contemporáneo, Henry Knighton, describe este incidente como un ejemplo de su defecto de “no saber cuándo parar” (finem facere nesciebat).

Para complicar todavía más las ideas simplistas del patriarcado, está el hecho de que generalmente se acepta que las mujeres tienen el derecho de vigilar el comportamiento moral de otras mujeres. El 24 de septiembre de 1531, el Embajador de Venecia, Ludovico Falier, escribió:

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«Se dice que hace más de siete semanas una muchedumbre de siete a ocho mil mujeres de Londres salió de la ciudad para apoderarse de la hija de Boleyn, la novia del rey de Inglaterra, que estaba cenando en una villa en el río, siendo que el Rey no estaba con ella; y habiendo recibido aviso de esto, escapó cruzando el río en un bote. Las mujeres habían intentado matarla; y entre la multitud había muchos hombres disfrazados de mujeres. Tampoco se ha hecho una gran manifestación sobre esto, porque era una cosa hecha por mujeres».

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La observación de Falier de que nada se hizo “porque era una cosa hecha por mujeres” sólo puede entenderse reconociendo las esferas de poder y autoridad de cada género. Si los hombres tratasen de matar a la reina posterior, esto sería considerado como un acto político punible, un acto de traición contra el rey, una protesta contra el surgimiento del protestantismo o una oposición al poder creciente de la facción Boleyn/Howard. Si las mujeres trataban de atacar a Anne, esto era más probable que fuese considerado como parte del derecho no escrito (implícito) de las mujeres a castigar a otras mujeres; en este caso, alguien que estaba tratando de robar al marido de otra mujer, y por lo tanto sin ninguna incumbencia para los hombres. Si Falier estaba en lo correcto y había hombres disfrazados de mujeres como parte de la muchedumbre, esto habría sido hecho para ocultar un elemento político y “legitimar” el intento de asesinato como una forma establecida de justicia comunitaria femenina.

Si leemos solamente las leyes y los sermones sobre los derechos de las mujeres y la conducta que se requiere de ellas por parte de la Iglesia, nos quedamos con una imagen simple de una clase oprimida y subordinada, pero las consideraciones individuales sobre cómo la sociedad funcionaba en la práctica muestran que las cosas eran más matizadas. Las comunidades tenían una tendencia a hacer justicia y equidad entre sí, alrededor de las reglas de la iglesia y el estado, al igual que las parejas individuales.

El relato más detallado de una pareja medieval tardía desde la perspectiva de la mujer se encuentra en El libro de Margery Kempe escrito en la década de 1430, pero perdido hasta la década de 1930. Esta autobiografía de la vida religiosa de una mujer ha sido del mayor interés para los historiadores como historia social. Vemos evidencia del patriarcado cuando se le pide a Margery pruebas de que tenía permiso de su esposo para viajar, cuando se le dice que no debe predicar porque es una mujer, y cuando su protección para no ser arrojada a la cárcel por hacer ambas cosas es el nombre de su poderoso Padre y el tener un marido de alto estatus. Sin embargo, el libro también reveló que ella poseía una cantidad considerable de dinero y comenzó dos negocios, uno contra los deseos de su marido. Más significativo es que ni ella ni su escriba masculino sentían que fuese necesario explicar cómo esto era posible, sugiriendo que sus lectores no necesitaban una explicación. Otras investigaciones han sugerido que, si bien todos los negocios debían registrarse a nombre de hombres, algunos eran, en la práctica, propiedad de mujeres. También hubo acuerdos privados en los que los esposos de las mujeres las aceptaron como dueñas del dinero que habían heredado o ganado aunque, legalmente, no tenían derecho a ello. Margery describe a su marido, John, como “un hombre siempre bueno y gentil con ella” y nos da atisbos de su matrimonio,

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«Sucedió un viernes, una medianoche de verano, con un tiempo muy calurosoo — cuando esta criatura [Margery] venía de York llevando una botella de cerveza en la mano, y su marido un pastel escondido dentro de su ropa, contra su pecho — que su marido le hizo a su esposa esta pregunta:

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“Margery, si viniera un hombre con una espada para cortarme la cabeza a menos que hiciera el amor con vos como supimos hacerlo antes, decidme, en su conciencia — ya que decís que no me mentiríais — si permitiríais que se me corte la cabeza, o si no me permitiríais hacer el amor con vos de nuevo, como lo hice hace un momento?”.

“Pero, señor”, dijo ella, “¿por qué estáis planteando este asunto, cuando hemos sido castos durante las últimas ocho semanas?”.

“Porque quiero saber la verdad de vuestro corazón”.

Y luego dijo con gran pena,

“Verdaderamente, yo preferiría veros muerto, que volver a nuestra inmundicia”.

Y él respondió: “No sois una buena esposa”».

Margery está mostrando a sus lectores su compromiso con su sagrado voto de celibato, pero los lectores modernos normalmente lo han visto como un relato humorístico. A nivel psicológico, el experimento mental de John se parece mucho a poner a prueba los sentimientos de su esposa y su necesidad de saber que él es importante para ella, tras acabarse su intimidad sexual debido a su recién descubierta religiosidad. El libro de Margery está plagado de sus luchas de poder con las autoridades patriarcales de la Iglesia, pero con su marido, vemos más bien una negociación personal y emocional entre la intensa y celosa personalidad de ella, y la suavidad y gentileza de él, además de su gran afecto mutuo. Al mirar las relaciones de poder, es necesario considerar no sólo las reglas oficiales, sino también el sentido de la justicia de la comunidad, y el vínculo de la pareja y la necesidad de hacer que su relación funcione.

La realidad de la historia inglesa muestra que las personas que afirman que el patriarcado habría eliminado completamente todo poder o agencia de las mujeres están equivocadas. Las mujeres siempre han sido una parte influyente de la sociedad, profundamente involucradas en la formación y regulación de las normas culturales. También han sido amadas por hombres que querían que fueran felices. Sin embargo, las personas que afirman que esto y la estructura de clase que dio a algunas mujeres más poder que algunos hombres muestran que el patriarcado no existía también están equivocadas. Las mujeres todavía estaban subordinadas de manera explícita y sistemática a los hombres por un sistema de leyes y de reglas impuestas por la iglesia y la comunidad. Cuando las mujeres casadas dirigían sus propios negocios, decidían sus propios movimientos y poseían su propio dinero, esto era porque sus maridos se lo permitían e incluso entonces todavía había muchas puertas resueltamente cerradas para ellas.

No podemos juzgar un sistema por el modo en que la gente más justa y compasiva trata a aquellos a quienes superan en poder, sino por cómo permite que los más injustos y crueles los traten. Una mujer que es víctima de abusos visibles y severos es probable que logre la condena de la comunidad y la Iglesia pueda intervenir e insistir en que se detenga o incluso permita que la mujer lo deje, pero todavía hay una cantidad considerable de abuso que era bastante legal y respetable. Un hombre podía negarse a permitir que su esposa saliera de la casa, le fijara una cantidad irreal de trabajo y la golpeara dentro de límites aceptados (unos pocos golpes con un palo delgado y no en la cabeza) diariamente por cualquier infracción con pocas consecuencias. Sería considerado como un marido “estricto”, pero todavía respetado en la comunidad y aprobado por la Iglesia.

Esta fue la experiencia de la puritana Anne Wentworth a finales del siglo XVII, pero para este tiempo había una imprenta que podía usar para publicar sus quejas. Con sus “acciones bárbaras”, Wentworth afirmó que su esposo se había “sobrepasado con ello, ya que no solo en el Espíritu de ello un día sería juzgado como un asesinato, sino que desde hace mucho tiempo lo habría demostrado si Dios no me hubiera apoyado y preservado excepcionalmente”. [Su disciplina marital no solo le habría valido una condena de Dios por su espíritu asesino, sino que podría haberla matado literalmente]. Su comunidad no la protegió porque “todos consideran a mi esposo como un hombre honesto y moral lleno de celo ciego y palabra respetable. Un hombre muy apto para los negocios y el empleo en este mundo, porque no engañaría ni embaucaría a ningún hombre” (p. 12).

Era simplemente cierto que los hombres gobernaban a las mujeres y así el patriarcado — la regla de los padres — existía de forma literal, como lo hace hoy en algunas partes del mundo. Las mujeres no tienen derecho a la autonomía o a la autoridad, a poseer bienes o a controlar sus propios movimientos y actividades sin el consentimiento de su esposo. No podían votar o acceder a la mayoría de los puestos de poder o profesiones. Aunque las mujeres con maridos cariñosos y sin ambición de acceder a posiciones solo abiertas a los hombres podrían ser felices en un patriarcado, era un sistema injusto que restringía a las mujeres y las dejaba indefensas ante hombres abusivos.

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Mujeres participando en el mercado

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El desmantelamiento del patriarcado en Gran Bretaña comenzó en el siglo XIX, al final del cual las mujeres casadas comenzaron a ser capaces de poseer bienes y dinero y comenzaron a acceder a profesiones como la medicina y la contabilidad para poder vivir de manera independiente. A lo largo del siglo XX, los derechos y las libertades aumentaron hasta que las mujeres llegaron a conseguir el derecho a voto, el acceso a todas las profesiones y cualificaciones, el derecho a igual salario por igual trabajo y el derecho a rechazar el sexo dentro del matrimonio.

Por todas las interpretaciones históricas del patriarcado y mirando las sociedades patriarcales que existen ahora, parece claro que el Reino Unido y los Estados Unidos y gran parte del mundo occidental no son patriarcales. Las mujeres ya no están obligadas a obedecer a sus maridos y tienen plena igualdad jurídica con los hombres y el acceso a todas las posiciones públicas de las que disponen los hombres. Sin embargo, dentro del feminismo en particular y en cierta medida en la sociedad en general, la palabra “patriarcado” se utiliza para describir un problema en la sociedad que aun necesita ser superado. ¿Cómo se justifica esto?

La mayoría de las personas apuntan a estadísticas que muestran que los hombres están muy sobrerrepresentados en la política y los negocios y dicen que esto es evidencia de una sociedad gobernada por hombres. Sin embargo, no hay ninguna ley que indique que solo los hombres pueden acceder a estas posiciones, y algunas son ocupadas por mujeres. Nuestra actual Primera Ministra es, después de todo, una mujer. Hay pocas pruebas de que el desequilibrio se deba a la discriminación contra las mujeres en lugar de a las diferentes elecciones hechas por hombres y mujeres. Dado que las mujeres han tenido acceso a todas las profesiones, han llegado rápidamente a dominar la educación, la salud, la publicación y la psicología. ¿Esto hace de estos campos fuertemente sociales, que guían cómo la sociedad piensa y siente, que sean matriarcales?

Es perfectamente posible que exista una discriminación sexista contra las mujeres en las profesiones dominadas por los hombres, pero no podemos descubrir su existencia o la extensión de la misma si solo miramos esas áreas y lo hacemos con un supuesto a priori de que la discriminación es la causa, ignorando una amplia evidencia de que hombres y mujeres tienen intereses y prioridades diferentes en promedio. Necesitamos datos que incorporen todo el campo del empleo y los factores en las elecciones de hombres y mujeres, y no suponer que los campos dominados por hombres son superiores y los únicos que tienen poder en la sociedad.

Otro argumento común para el patriarcado es el hecho de que los violadores y los hombres groseros todavía existen. Se dice que esto es evidencia de una cultura de la violación, y se presenta junto con el hecho de que los delincuentes violentos, y particularmente los delincuentes sexuales, son mucho más a menudo masculinos como evidencia de una sociedad que devalúa a las mujeres y en la cual los hombres se sienten con derecho a abusar de las mujeres. El problema con esta afirmación es que tenemos una sociedad en la que la violencia por parte de los hombres contra las mujeres se toma muy en serio y se castiga con más dureza que la violencia de los hombres contra los hombres y mucho más que la violencia de las mujeres contra cualquiera. La violencia contra la mujer también es despreciada culturalmente y los hombres son, con mucho, las mayores víctimas de la violencia. Tenemos refugios para mujeres y muy pocos para hombres. Tenemos un registro especial para los delincuentes sexuales y estos tienen que ser segregados de otros delincuentes violentos en prisión porque el odio hacia ellos es muy profundo. Es muy difícil argumentar que una cultura que considera el abuso sexual hacia las mujeres tan aborrecible es una cultura de violación, o que una cultura que está mucho más preocupada por las víctimas femeninas de la violencia que por las víctimas masculinas es un patriarcado en el que las mujeres son minusvaloradas y su abuso es aceptable.

Una afirmación más modesta del patriarcado se ve en el hecho de que los hombres sexistas y dominantes todavía existen e incluso pueden alcanzar posiciones de poder. Hay hombres que sienten que el patriarcado todavía debe existir o actuar como si lo creyeran menospreciando a las mujeres, dudando de sus capacidades, hablando de ellas o a ellas de manera condescendiente. Muchas de estas acusaciones están justificadas. Se me ha dicho, tanto grosera como cortésmente, que no soy tan intelectual que los hombres y no puedo hacer frente a posiciones públicas de responsabilidad, y que debería quedarme en casa y tener bebés. Esta es una reconocida visión ultraconservadora. No representa a una sociedad más amplia que reconoce mis capacidades intelectuales al otorgarme títulos académicos y oportunidades de trabajo. Una imagen especular de la misma puede encontrarse en personas que menosprecian a los hombres y generalizan sobre ellos conforme a que son los miembros menos éticos, inteligentes y productivos de la sociedad. Sin embargo, es demostrablemente falso pretender que la sociedad aprueba más a los hombres sexistas que a las mujeres sexistas. Vimos a Tim Hunt reducido a lágrimas, contemplando el suicidio y el sintiéndose obligado a dimitir después de una broma sobre las actitudes sexistas y recientemente un director Uber renunció después de la indignación causada por haber dicho que una reunión con más mujeres era una reunión con más charla. Mientras tanto figuras femeninas prominentes incluyendo políticas han podido utilizar el término “mansplaining” sin una censura comparable.

Las afirmaciones más razonables y bien fundamentadas sobre que la sociedad contemporánea continua estando afectada por su historia patriarcal se relacionan con las expectativas de los roles de género. Los hombres pueden ser el principal proveedor incluso si esto significa que vean menos a sus hijos, mientras que de las mujeres se puede esperar que sean más responsables de los niños y las tareas domésticas, incluso si esto limita su capacidad para centrarse en su carrera. Los hombres pueden experimentar mucha presión para ser emocional y físicamente fuertes y dominantes mientras que las mujeres pueden sentir la presión de ser socialmente hábiles, empáticas y conciliadoras. Aunque hay buenas razones evolutivas para las diferencias de género en estas preferencias y rasgos en promedio, hay mucha variación y superposición y la presión social para cumplir con ellas no puede justificarse. La crítica a esta presión es necesaria, pero no está claro que la perpetuación de las reivindicaciones del patriarcado y del pensamiento en términos de una opresión de género como clase sea más útil que abogar por la individualidad, desafiando los presupuestos y apoyando la no conformidad de género.

El patriarcado ha existido durante la mayor parte de la historia registrada y su disolución completa en la ley es reciente. Mi madre de 75 años de edad, recuerda no poder obtener una hipoteca sin un aval masculino y se le dijo que “no hay contabilidad para las mujeres” cuando pidió ser poder ir al examen de contabilidad de su empleador. Esto es ilegal ahora. Si existe una discriminación oculta contra las mujeres, se encontrará mediante una investigación rigurosa en lugar de suposiciones basadas en la “tabula rasa” y en lecturas ideológicas de las estadísticas.

Todavía hay una resaca de actitudes patriarcales que se manifiesta en forma de ideas socialmente conservadoras sobre los roles de género, pero ahora, por primera vez, hombres y mujeres son capaces de desafiarlos y tenemos la oportunidad de ver como será una sociedad en la que todos puedan acceder a todo. Probablemente esto no se traducirá en que hombres y mujeres hagan exactamente las mismas elecciones de vida y trabajo en exactamente la misma proporción, pero las mujeres ya están en todas partes. Es esta capacidad de ejercer la autonomía y la individualidad para acceder a todas las oportunidades lo que necesitamos aprovechar y la confianza para desafiar las presiones sociales que experimentamos lo que necesitamos fomentar. Los enfoques de la igualdad de género que perpetúan ideas sobre la debilidad de las mujeres y la necesidad de protecciones especiales en la esfera pública solo pueden socavar esta meta. Hemos destrozado el patriarcado en el sentido sistémico y podemos aplastar cualquier resaca residual con la afirmación individual de nuestras propias decisiones y el respeto por las de los demás.

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Fuente: Areo Magazine

 

Gracias al sitio Proyecto Karnayna y a Anxo Dopico @Carnaina por facilitar este material https://medium.com/@Carnaina

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