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Que el

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te acompañe

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tus derechos

 

 

 

@RoxanaKreimer

@feminisciencia

@feminiscience

Feminismo científico

 

Resumen

En este artículo me propongo examinar las evidencias y los argumentos del libro "Que la ciencia te acompañe", de Agostina Mileo, conocida por su cuenta en Twitter "la Barbie Científica" y editora del sitio web "Economía Feminista". Mileo parte de la premisa de que vivimos en un patriarcado, puesto que los hombres,  en particular los blancos heterosexuales, serían "el modelo con que en el mundo todo se organiza y se piensa". Para sostener esta tesis se propone recorrer diversos temas que revelarían el sexismo que padece la mujer. Sin embargo, menciona tesis sin ofrecer evidencias, tales como el supuesto relegamiento de las mujeres en los transplantes de órganos. Omite fuentes primarias que respalden sus tesis, critica ideas sin citar al que las propone, y si bien incluye reclamos legítimos (como los atinentes al aborto, a los medicamentos que fueron probados solo en animales macho por carecer de fluctuaciones hormonales, o los modelos de cuerpos extremadamente delgados que llevan a que trastornos alimentarios como la bulimia y la anorexia sean mayormente femeninos), estos problemas no alcanzan para sostener el presupuesto de una cultura patriarcal. El texto confunde las desventajas de cada sexo (como la menstruación o la dificultad de muchas mujeres para alcanzar el orgasmo durante el coito) con el sexismo, sin mencionar que también existen desventajas que predominan en los varones (afeitarse la barba, padecer el doble la apnea o tartamudez , no encontrar tantas mujeres dispuestas al sexo casual como muchos querrían, o no tener sexo con su pareja con la frecuencia que desearían). También confunde diferencias sexuales en preferencias con diferencias sexuales en capacidades, y plantea teorías conspirativas (tales como que las dietas están destinadas a volver sumisa a la mujer, o que no se inventan anticonceptivos masculinos por miedo a que su ineficacia lleve a los "grupos dominantes"a formular demandas judiciales). Sin mencionarla, Mileo caricaturiza la teoría de la selección sexual de Darwin, decisiva para evaluar las diferencias de sexo, y acusa a las neurociencias de considerar que los cerebros de hombres y mujeres son completamente distintos, pero la mayor parte de los investigadores no sostiene esa perspectiva extrema. Moraliza el resultado de los estudios científicos, sin tener en cuenta que la evidencia no es sexista ni determina acciones o valores en la esfera ética. Admite que las niñas con hiperplasia congénita que reciben testosterona en el útero de la madre tienen juegos y patrones masculinos, pero lo atribuye a la socialización, cuando los estudios disponibles muestran que, por el contrario, los padres alentaban a las niñas al uso de juguetes femeninos. Finalmente, acusa a la ciencia misma de ser "uniforme y tener conclusiones estables", pero ocurre más bien lo contrario, en las conclusiones de los artículos académicos es usual señalar las limitaciones que han tenido y un conjunto de sugerencias para investigaciones futuras.

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Desventajas y sexismo: dos cosas diferentes

Aunque el libro de Agostina Mileo "Que la ciencia te acompañe a luchar por tus derechos" (2018) propone focalizar en el sexismo, se mezclan dos categorías muy distintas: (1) las desventajas que padece la mujer y (2) el sexismo. En el primer grupo, el de las desvantajas,  se menciona la mayor dificultad por parte de las mujeres de alcanzar un orgasmo durante la penetración, la existencia de más métodos anticonceptivos femeninos, las incomodidades de la menstruación. Pero también los varones tienen desventajas análogas: afeitarse o lidiar con la barba y los bigotes durante toda su vida, utilizar preservativo y en muchos casos ver así disminuido su placer sexual, tener relaciones sexuales con menos mujeres de las que querrían o menor periocidad de relaciones sexuales que las que querrían tener con sus parejas, tal como revela un estudio hecho en 53 países (Lippa, 2009).

Bajo la categoría de sexismo aparecen:

(1) cuestiones que no lo son y que aparecen como tales por no estar fundamentadas en evidencias, tal como argumentaré (diferenciación de algunos rasgos de hombres y mujeres irreductibles a la exclusiva influencia cultural -la cuestión cerebro femenino-masculino),  menor preferencia de las mujeres por las matemáticas,  publicidad online focalizada en lo que interesa en promedio más a cada sexo, o el desarrollo de una app de recomendaciones de salud cuyo primer modelo no consideró a la menstruación. 

(2) cuestiones dudosas: que en lugar de brindarle a la mujer calmantes para el dolor se le brinde calmantes para los nervios (la muestra del trabajo que presenta es reducida, 30 mujeres y 30 hombres), que algunos motores de búsqueda de internet desestiman la valoración de conductas y actividades que no son frecuentes en las mujeres (por ejemplo, que si se busca"ingeniería", al haber mayoría de ingenieros varones eso perjudicaría de alguna forma a las ingenieras mujeres), que el diseño de airbags y otros métodos de seguridad con el arquetipo masculino es lo que causa la desprotección de muchas mujeres en accidentes viales, que se prioriza a los varones en los transplantes de órganos (no cita ninguna evidencia), que se realicen tratamientos inadecuados para mujeres cardíacas (no muestra evidencias y, tal como detallaré, hay evidencia contraria).  Por "dudosa " no quiero decir "falsa" sino "sin evidencia suficiente" como para afirmar lo que se sostiene y para considerarlo discriminación.  

(3) categorías  asociadas al sexismo: la despenalización del aborto (un capítulo debate los argumentos que se oponen a la ley), los medicamentos que fueron probados en animales macho por carecer de fluctuaciones hormonales y que pueden tener un impacto negativo en la mujer, los modelos de cuerpos extremadamente delgados que llevan a que trastornos alimentarios como la bulimia y la anorexia sean mayormente femeninos.

Con todo, las escasas tres categorías puntualizadas en el tercer item no alcanzan para sostener el presupuesto de una cultura patriarcal, entendiendo por este concepto un perjuicio sistemático de las mujeres en relación a los varones o, en palabras de Mileo, "el modelo con que en el mundo todo se organiza y se piensa" (p.10).

¿Es el sujeto de la ciencia el "varón blanco heterosexual"?

En el comienzo del libro Mileo duda de la objetividad de la ciencia al sostener que "el sujeto universal al que aplica todo lo que la ciencia conoce es un varón blanco heterosexual". Si con esto busca mostrar, tal como lo hace en buena parte del libro, que la investigación y la tecnología están fundamentalmente al servicio del varón, no tiene en cuenta que la abrumadora mayoría de los descubrimientos que han mejorado la vida de la mujer fueron  realizados por hombres, desde los métodos anticonceptivos, el conjunto de la tecnología que disminuyó el trabajo en el hogar o la investigación del cáncer de ovarios o de mama (un estudio realizado en el Reino Unido revela que en la actualidad se invierte el doble en el cáncer de mama que en el cáncer de próstata, y por primera vez en la historia hay más muertos por esta última enfermedad que muertas por la primera;  Prostate Cancer UK, 2018).

Luego Mileo señala que la ciencia "no considera el abanico de la diversidad sexual y de la diversidad de género".  Sin embargo, este tópico cuenta en su favor con una profusa bibliografía científica (ver, por ejemplo, Schmitt, 2017,  Bevan, 2014, 2016).

El orgasmo vaginal

El primer capítulo está dedicado al sexo, y en particular al orgasmo. Mileo subraya que hay más mujeres que hombres que alcanzan el orgasmo durante el coito. Encuentra que existe "una visión utilitarista" que considera al orgasmo un mero instrumento para la reproducción, algo difícil de creer  tras los movimientos de liberación sexual del siglo XX, sin dejar de considerar que mucho antes el sexo ha sido más que un medio para la reproducción. Mileo agrega que "tal vez las prácticas más populares estén orientadas al goce de los varones heterosexuales". Como refiere a la penetración, es extraño que mencione a los varones heterosexuales, ya que los varones homosexuales también la practican, tal como evidencian los sitios de citas de internet, en los que informar sobre la categoría de "activo" o "pasivo" es un dato que casi nunca está ausente en los avisos.

Sin embargo, difícilmente podamos responsabilizar al sexismo por esta dificultad que parece relacionada con un conjunto de factores: la ubicación del clítoris fuera de la vagina, lo que vuelve más compleja la posibilidad de alcanzar el orgasmo durante el coito,  la falta de autoconocimiento, el desconocimiento de posiciones que le permitan a la mujer controlar los movimientos. Aún cuando no descartemos que haya hombres que sean indiferentes al placer de la mujer, también hay  algunas que suponen que con "aportar" su belleza a la relación sexual es suficiente, o que no se preocupan por estimular al varón.

Mileo describe  con precisión el mecanismo de la selección natural, pero en un capítulo sobre sexo y ciencia omite por completo la otra teoría de Darwin, la de la selección sexual, que es la llave para comprender ineludibles  diferencias entre hombres y mujeres. Jamás aparece siquiera mencionada esta teoría que cuenta con abrumadora evidencia a favor, al igual que la omiten todas las autoras feministas que cita (Lucía Ciccia, Diana Maffía, Daphna Joel, Elizabeth Spelke).  Ofrece en cambio una caricatura que lejanamente podría ser asociada con la teoría de la selección sexual. La llama despectivamente "cuentito" o "relato" y ella misma declara que parece "muy bruto, básico y tendencioso de mi parte presentarlo así" (p.19). Ignoramos si sabe que en su versión original corresponde al mismo investigador que consideró acertado apenas unos párrafos de distancia: Charles Darwin. Veamos la caricatura que hace Mileo de esta teoría (en sentido estricto es una falacia del espantapájaros: la simplificación y desfiguración de un argumento para derribarlo con mayor facilidad):

"Los varones quieren asegurarse que sus genes se transmitan a la siguiente generación; entonces, quieren preñar a la mayor cantidad posible de hembras. Las mujeres quieren asegurarse de criar hijos con chances de sobrevivir, por lo que eligen al macho con los mejores genes para gestarlos. Antes de ´hacer el bebé´, los machos tienen que ocuparse de atraer hembras de manera que no las preñe otro. Una vez preñadas, las hembras tienen que retener al macho para asegurar los cuidados de la crianza de su cachorro".

Veamos ahora el original . No es una síntesis de la teoría de Darwin de la selección sexual, pero constituye una de sus derivaciones a través de la hipótesis sobre los celos postulada por David Buss (1992), y que Mileo critica a través de la autora que cita:

"En especies en las que la fertilización femenina es interna, los machos corren el riesgo de disminuir la probabilidad de reproducirse si  sus parejas tienen contacto sexual con otros machos. Las hembras no corren el riesgo de disminuir la probabilidad de maternidad por la infidelidad de la pareja, pero sí arriesgan el desvío del compromiso y de los recursos de sus parejas" (Buss, 1992).

La  hipótesis descripta por Buss fue puesta a prueba en numerosas oportunidades y en diversos países (Buss, 2013, 2016; Buunk yotros, 1996), con el resultado de que en promedio las mujeres celan más la posibilidad de que su pareja hombre pueda desarrollar un lazo afectivo con otra mujer (lo que la privaría de compromiso y recursos económicos para el cuidado de los hijos), mientras que los varones en promedio celan más la mera posibilidad de que las mujeres tengan sexo con otro, lo que conduciría a la incerteza de su paternidad. Mileo no menciona otras investigaciones fundamentales sobre el tema, algunas publicadas después del 2004, el año del paper de la autora que cita, por ejemplo, los artículos de Buss del 2013 y del 2015, o un artículo que muestra que en todas las comunidades estudiadas los celos de hombres y mujeres presentan las mismas diferencias (Buunk y otros, 1996).

Christine Harris, la autora que cita Mileo, señala que su propia investigación realizada con mujeres mayores  evidenció una diferencia inferior en el tipo de celos, y que  los homosexuales no reflejaban los resultados del trabajo de Buss. A esta crítica es posible responder que la orientación sexual por personas del propio sexo podría comprometer otro tipo de variables.Sabemos que en ciencia ningún trabajo es definitivo, por eso es importante tener en cuenta que los estudios posteriores al artículo de Harris no confirmaron la hipótesis que sostiene Mileo, sino la de David Buss (2013, 2016).

La menstruación

La menstruación es un tópico que alentó centralmente a la militancia feminista en los últimos años, al punto en que Mileo se presenta a sí misma como "coordinadora general de #menstruación".  El presupuesto es que la menstruación sería un tabú. ¿Por qué? En su libro Mileo cita a una profesora de estudios de género que nos dice que toda conducta humana tiene raíz en el aprendizaje y en las relaciones sociales:  "Socializamos a las niñas para que odien la menstruación".  Luego sugiere que las toallitas fueron una necesidad de "disciplinar" a la mujer para que encajara en la rutina de los varones, como si estos productos no fueran usados fuera del ámbito público y lejos del contacto con hombres.  "La menstruación tiene que enmascararse,corregirse y gestionarse de una manera que haga aceptables a las mujeres en un sistema patriarcal", continúa.  

Pero la menstruación es un tabú del mismo modo en que lo son todos los fluidos y desechos corporales. No hablamos en público de cómo escupimos ni defecamos, y está mal visto que los varones muestren su esperma en público.Pero no diríamos que los varones son socializados para odiar su esperma. Es cierto que en el siglo XIX se consideraba a la menstruación una "patología debilitante" y a la mujer "impura" o "sucia", y que desde muy antiguo existen toda suerte de prácticas y supersticiones que rodean a la regla femenina. Pero no es lo que piensa la mayoría de las personas hoy. En ámbitos feministas circulan imágenes de mujeres con bombachas manchadas de rojo, destinadas a derribar el  prejuicio. Dudo que alguna vez esa imagen resulte públicamente aceptable.

Como ejemplo del tabú señala el caso de una mujer  que suspende una cita romántica con una excusa porque está con la regla, el de una adolescente  que por estar menstruando no se siente bien como para ir a la escuela o el de un hombre trans que toma testosterona y lo tratan como un "bicho raro" cuando espera para hacerse una ecografía transvaginal (p.47).  Del mismo modo que con el tema de la dificultad para alcanzar el orgasmo, el de la menstruación no amerita la categoría de sexismo ni refuerza la tesis del patriarcado. En el caso del transexual podría tratarse de discriminación, pero también podría  ser sinónimo de sorpresa, en virtud de que son una minoría, lo que en modo alguno justifica un trato discriminatorio. En términos generales la menstruación es una desventaja, no un acto de discriminación. Victimizarse por ella sin evaluar que se la considera de manera similar a otros fluidos corporales  confunde la desigualdad de rasgos con la desigualdad de derechos.

Otro reclamo de Mileo y de gran cantidad de feministas es que no se cobre IVA para los productos menstruales, tal como ocurre en Canadá desde 2015 y en algunos otros países,  y que en una segunda etapa se los entregue gratuitamente, para lo que consigna que ya se presentaron siete proyectos de ley con el fin de abaratar las toallitas,los tampones y las copas menstruales.   "Los productos de gestión menstrual no son opcionales",  escribe Mileo. Tampoco son opcionales los productos del varón para afeitarse la barba, y si bien no todos se la afeitan y hacerlo es opcional, una proporción significativa lo hace. Más allá de que no resulta descabellado analogar los productos menstruales a bienes asociados a la salud y por tanto que sean objeto de una exensión impositiva, sostener que las mujeres son "disciplinadas" para usarlos parece exagerado.

Mileo cuestiona la excelente iniciativa de brindar un capital inicial para que las mujeres de Ruanda monten un pequeño negocio para vender toallitas descartables porque están "expuestas al disulfuro de carbono en la manufactura del rayón".  Si así fuera sería sin duda cuestionable, pero tampoco podría ser englobado en la categoría de sexismo puesto que no es algo que ocurre a las mujeres por su condición de tales. Los varones realizan la mayor parte de los trabajos peligrosos en el planeta y solo en Argentina representan el 73% de los accidentes de trabajo (Primer informe sobre Situación de Género del Sistema de Riesgos del Trabajo, Superintendencia de Riesgos del Trabajo, 2018).

En la introducción del libro, la economista Mercedes Dalessandro enumera los temas a ser abordados por Mileo y escribe (p.7): "que no corramos riesgos al usar tampones con rastros de glifosato".  Pero no hay evidencia de que esta sustancia que está presente también en hisopos y en todo lo que lleve algodón industrial sea dañina. Las cantidades encontradas en toallitas y tampones son mínimas en relación a las que puede resistir un ser humano, y para el caso el glifosato es más inocuo que la cafeína.  Los supuestos efectos negativos del glifosato constituyen una de las creencias cuestionadas por los grupos escépticos, que desarrollan la noble tarea de revelar falsedades repetidas hasta el cansancio en medios y redes sociales (Para leer más sobre la falta de evidencia de que el glifosato sea dañino es posible ver el artículo de Matías Suarez Holze "Un encuentro con Patricio Eleisegui", en el sitio "En la palabra de nadie", o el artículo académico de Acquaverlla y otros, 2016).

 

La salud de las mujeres

El capítulo dedicado a la salud comienza señalando que si una mujer levanta la voz en el trabajo o le dice a un hombre en el boliche que no quiere darle un beso, la tratan de "histérica", aunque reconoce que ya no se utiliza este término en el lenguaje médico. Muchas otras enfermedades desaparecieron de las historias clínicas, y la palabra histérica tiene hoy otro significado, ¿entonces a cuento de qué habría que comenzar el capítulo con un problema resuelto?

Mileo señala algo cierto: que algunos medicamentos son puestos a prueba en animales macho porque no presentan variaciones hormonales, y si no se ponen a prueba en mujeres pueden ser nocivos  puesto que su cuerpo no es exactamente igual. Es curioso que a la hora de evaluar enfermedades el feminismo hegemónico reconozca que los cerebros son diferentes pero cuando se habla de predisposiciones psicológicas esas diferencias desaparezcan del todo.

Un problema reiterado en el libro son sus fuentes. Muy a menudo no se remite al estudio científico original sino a un artículo periodístico que en el mejor de los casos, aunque no siempre, refiere a dicho estudio, lo que lleva a suponer que no se revisan las fuentes originales ni sus críticas sino otros artículos de divulgadoras feministas, como en este caso el de Laura Belli (2017), que  escribe: "El 80% de los medicamentos que fueron retirados del mercado en los Estados Unidos fue por causa de los efectos secundarios que su uso tuvo en las mujeres".  Lo que en realidad dice el artículo citado (GAO-01-286R, 2001) es que se sacaron 10 drogas del mercado, 8 traían más problemas a las mujeres pero no por su condición de mujer sino porque eran más utilizadas por las mujeres que por los varones, algo que se vincula también con el hecho de que en todo el mundo las mujeres se cuidan más y van más al médico, lo que probablemente las haga tomar más medicamentos (National Survey, Loyola University Health system, 2011, Encuesta Nacional de Salud, Bogotá, 2007, Naslinh-Ylispangar, 2008).

Mileo sostiene que la probabilidad de que una mujer no reciba tratamiento adecuado para una enfermedad cardiovascular es mucho mayor que para el hombre, ya que tradicionalmente la patología es asociada con la masculinidad. La fuente que cita no es médica sino un artículo de divulgación escrito por Valeria Moravito (2016) , una doctoranda en estudios de género que se define a sí misma como "interesada en las narrativas de la esclavitud femenina en Europa, estudios de género, colonialismo e imperialismo".   Pero cuando se busca en el artículo de divulgación la fuente, se remite a otro artículo, y ese a otro, sin que las investigaciones originales aparezcan, y en el mejor estilo de lo que se denomina "estadística zombi", datos e informaciones  inciertos que circulan libremente por  internet y son repetidos hasta el cansancio. En su libro " Zombie economics: how dead ideas still walk among us” (Economía zombi: como las ideas muertas todavía caminan entre nosotros), John Quiggin señala cómo en internet convive la información  más obsoleta con la actual.

Volviendo a la supuesta disimilitud de tratamiento de hombres y mujeres en las enfermedades cardiovasculares, ha recibido el nombre de Síndrome de Yentl, y una búsqueda de bibliografía sobre el tema en modo alguno es contundente respecto a la existencia de esta disparidad. En un par de artículos se subraya su falta de evidencia (Roeters y otros, 2000, publicado en la revista The European Society of Cardiology, y Crilly y otros, 2008, publicado en el Journal of Women´s Health).  No es que podamos afirmar contundentemente que no existe, pero no brindar fuentes originales vinculadas con la salud y citar en cambio un estudio de género que carece de fuentes originarias cuantitativas no parece la manera más fiable de mostrar evidencias sobre el supuesto síndrome.  Tampoco afirmamos que el mero hecho de que lo publique un organismo específicamente consagrado a la salud sea garantía de veracidad, pero encontrar respuestas para todo tema en la cámara de eco de los estudios de género no cumple con un requisito básico del conocimiento, que es el de abrirse a múltiples hipótesis y no aceptar ninguna sin evidencia suficiente.

Los métodos anticonceptivos

El siguiente planteo se vincula con los métodos anticonceptivos, que mayormente han sido utilizados por mujeres, si dejamos de lado el preservativo, que limita el placer de muchísimos varones, por más que sea imprescindible utilizarlo para evitar enfermedades y embarazos no deseados.  La propia Mileo reconoce que es más complicado crear un anticonceptivo para varones, ya que la otra opción es drástica y supone  la realización de una vasectomía. Admite que se está investigando para que los varones cuenten con más métodos anticonceptivos, pero  acto seguido plantea la teoría conspirativa  del patriarcado, según la cual "la dificultad tal vez resida en la posibilidad de eventuales juicios por probar los medicamentos en poblaciones típicamente dominantes" (p. 78). El hecho de que no haya más anticonceptivos para varones tampoco parece calificar como sexismo, sino en el mejor de los casos como una desventaja que padecen las mujeres, del mismo modo en que los varones son quienes por lo general usan y pagan el preservativo, no suelen cruzar las piernas porque no les resulta cómodo, o padecen el doble que las mujeres la apnea (Shepertycky y otros, 2005)  o la tartamudez (Yairi & Ambrose, 1992).

Señala también Mileo que a las mujeres les dan más calmantes para los nervios en lugar de calmantes para el dolor (p.81).Pero cuando se recurre a la cita que consigna, nuevamente no aparece una investigación científica sino un artículo de dos profesoras de derecho que a su vez remiten a otro artículo que da cuenta de un estudio realizado solo con 30 mujeres y 30 varones, pocos participantes como para que sus resultados puedan ser generalizados de manera tan contundente.

Las dietas

El capítulo sobre las dietas comienza con una cita de Naomi Wolf que sostiene que la obsesión por la delgadez femenina no está asociada a la belleza sino a la necesidad de que las mujeres obedezcan y sean sumisas. Otra teoría conspirativa más de las tantas que constituyen actualmente la gran teoría conspirativa del patriarcado, a saber, la idea de hombres confabulados para oprimir a las mujeres. Es cierto, como señala Mileo, que las mujeres padecen más trastornos alimentarios que los varones, y que el imperativo de belleza en la mujer podría ser considerado una forma de sexismo cuando remite a una delgadez que roza la anorexia. Pero un imperativo análogo que Mileo omite y que desalienta el presupuesto de la unidireccionalidad de las desventajas es el de que el varón sea exitoso y posea un estatus elevado.

Nuevamente, inferir ideas generales contundentes en materia de salud y nutrición recurriendo a artículos de diarios no permite cotejar y contrastar información con las fuentes originales. No se trata de no citar artículos de diarios y revistas, sino más bien de la proporción de artículos académicos y fuentes secundarias. Aún cuando se trate de un libro de divulgación, las fuentes  directas deberían ser preponderantes, y también los matices respecto a la evidencia que presenta un fenómeno.

Neurociencias y feminismo

El capítulo sobre neurociencias arranca con un juicio moral en el título: "Cabecita de novia o de mamá: para otra cosa no te da".  Antes de entrar de lleno en el tema de las neurociencias, es de destacar el tono despectivo  sobre algo que al 73- 80% de las mujeres sueles interesarles mucho, a saber, ser madres (73% en México según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, 2017, y 80% en USA, Livingston, 2010),  una constante en la historia del feminismo, al menos desde "El segundo sexo", de Simone de Beauvoir, como cuando la filósofa francesa dice que, a diferencia de la mujer que está condenada a la tarea de la maternidad, solo el varón "se realiza como existente" (p.28).

Al igual que en los capítulos anteriores, la bibliografía primaria consultada para el capítulo de neurociencias  carece de un número mínimo de estudios  que puedan reflejar que se abordó el tema con apertura a la evidencia y objetividad. Los escasos trabajos citados son los mismos que citan otras feministas como Lucía Ciccia (Joel, 2015, Spelke, 2009),  con lo que se dejan afuera cientos de estudios en neurociencias que revelan una perspectiva contraria a la que Mileo sustenta. Evaluaré a continuación los argumentos de este capítulo, pero para un análisis exhaustivo de esta perspectiva, es posible consultar mi artículo "¿Es sexista reconocer que hombres y mujeres no son idénticos? Una evaluación crítica de la retórica neurofeminista" (2018, aceptado para su publicación en la revista académica española Disputatio, para lo cual contó con la revisión de Marco del Giudice, Profesor de Psicología de la Universidad New Mexico, USA).

El primer argumento de Mileo es que los neurocientíficos estarían influidos por estereotipos y luego buscarían  legitimarlos apelando equívocamente a la biología. Así, "creemos que si necesitamos interpretar mejor las intenciones sexuales de un chat, le preguntamos a una mujer, y a un varón le pedimos tips para colgar cuadros", escribe. La hipótesis que Mileo no considera es la de que podría ocurrir que estos estereotipos fueran la consecuencia de una predisposición de las mujeres a la empatía, no reductible solo a la influencia cultural  (Jussim y otros, 1995, 1996), y de la predisposición de los hombres a focalizar en objetos (Lippa, 1998). Mileo tampoco aclara a qué artículos académicos refiere en su crítica. Por otra parte, ¿por qué sería negativo el estereotipo vinculado a la empatía, una virtud asociada a las mujeres, y positivo el estereotipo del matemático o el de quien tiene buenas estrategias para colgar un cuadro, asociados a los varones? Esto no significa que las mujeres no deban dedicarse a las matemáticas ni que estén privadas del conocimiento práctico para colgar un cuadro. Como señala  la Youtuber Ivette en su Tweet del 26 de febrero de 2019 (@psiqueshake): "Si tuviese que sentirme atacada como mujer, me sentiría así por el feminismo. Desde esta ideología me dicen que soy inferior por tener unas características diferentes a las de los hombres y que debo igualarme a ellos para ser feliz.

¿No seréis vosotras las misóginas?"

Mileo señala que se asume que hay "dos cerebros", que "la neurociencia tiene el enfoque de que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus". No cita artículos académicos ni fuentes como para saber a quién refiere, pero el panorama científico es mucho más matizado: hay quienes, como Louann Brizendine (2006), plantean cerebros muy distintos, y son minoría, y otros como Hines (2005), Schmitt (2017) y Del Giudice (2016), entre tantos otros, que creen que ni se trata de dos cerebros distintos, ni de dos cerebros iguales, como postula Mileo. Si bien señala que las neurociencias tienen preconceptos sobre la mujer y luego erróneamente creen encontrarlos en las investigaciones, también es posible que ocurra lo contrario, que Mileo y otras feministas partan de la base de que nada diferencia los cerebros de hombres y mujeres y que cuando aparecen desemejanzas en diversos estudios las ingnoren o aduzcan que si coinciden con un estereotipo es que son exclusivo producto de la cultura. Al igual que ocurre con Lucía Ciccia, una investigadora de referencia para el feminismo porteño, una de las fuentes primarias es el metaanálisis de Daphna Joel del 2015. Esta investigadora llegó a la conclusión de que los cerebros de hombres y mujeres son indistinguibles porque si no se encuentra un rasgo típico de varón en un cerebro de mujer, se califica a ese cerebro como "mosaico", algo así como sostener que si a un varón no le gusta el fútbol, entonces ya no pertenece al género masculino (para una crítica del artículo de Joel ver Del Giudice y otros, 2016, y Kreimer, 2018). Mileo corona el pasaje con otra falacia del hombre de paja, escribiendo que las neurociencias que reforzarían los estereotipos "maridan perfecto con los penes siempre erectos y los testículos equilibrados" (p.108).

Un problema de la forma en que el feminismo enfrenta los estudios de las neurociencias es que interpreta los resultados (en general deformados por alguna teórica feminista a la que todas citan, como es el caso de Daphna Joel, 2015) moralizándolos. Se enojan con la evidencia, como si en sí misma pudiera ser sexista. Y al suponer que nacemos como páginas en blanco, atribuyen cualquier predisposición femenina diversa a la del varón (empatía, en este caso) al sexismo. Sin embargo, los rasgos revelados por los estudios científicos nada nos dicen sobre lo que es moralmente aceptable, ni tampoco determinan que cuestiones vinculadas de alguna manera al universo de los valores no puedan cambiar.  Los juicios fácticos son relevantes para fundamentar una posición ética, pero esto requiere de una argumentación más amplia, no es algo que derive directamente de la evidencia. La filosofía es relevante  para este tipo de fundamentación.

A continuación Mileo cita una opinión, la de Silvia Kochen, del Hospital de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, quien sostiene que cuando nacemos solo el 10% de nuestras neuronas están conectadas entre sí, y que por tanto todas nuestras conductas serían adquiridas (p.103). Pero hay muchas otras variables que no refieren a las conexiones neuronales y que Mileo no menciona: factores genéticos, epigenéticos, hormonales, vinculados a regiones del cerebro que pueden tener configuraciones distintas en hombres y mujeres. Aún cuando el recién nacido tenga menos conexiones neuronales, no es claro lo que podemos inferir a partir de ese hecho.Podría ocurrir que esas sinápsis (conexiones neuronales)  generen tendencias que luego se van profundizando, de modo que lo aprendido adopte una u otra dirección. Por otra parte, la posterior aparición de otras sinapsis no implica que no tengan influencia biológica, porque están mediadas por el aprendizaje pero también por el proceso genético y epigenético. La manera en que el aprendizaje modifica neuronas está en función del ambiente y de los mecanismos del cerebro. Es la razón por la que se expone a un perro al lenguaje y no lo aprende, mientras que un niño sí lo aprende y no lo hace apenas nace.

Es necesario reconocer que Mileo destina un párrafo a la posibilidad de que la liberación de testosterona en el útero sexualice con algunas diferencias los cerebros de hombres y mujeres, y destaca los casos de niñas con hiperplasia congénita, por lo cual reciben más testosterona en el útero de su madre y presentan estilos más agresivos y masculinos de juego, pero rápidamente descarta esa posibilidad, no con artículos académicos como fuentes primarias, sino contando que se cruzó en un panel de debate sobre mujeres y trabajo con Lucía Ciccia, la interrogó sobre el tema, y ella le respondió que podría ocurrir que al presentar rasgos físicos masculinos, las niñas sean alentadas a desarrollar juegos de varones (p.103). Pero esa variable fue controlada en el estudio de Pasterski y otros (2005),  donde las niñas expuestas a altos niveles de testosterona durante el desarrollo prenatal  (por padecer hiperplasia congénita) tienen preferencias por juguetes y patrones de juego masculinos incluso cuando los padres los motivan con patrones y juguetes femeninos.

Cuando se recurre a los textos citados de Ciccia (2015, 2017), tampoco aparecen fuentes primarias sobre hiperplasia congénita. Lo que cita son estudios que la mencionan tangencialmente y que están centrados en la identidad y en la orientación sexual (Swaab, García-Falgueras, 2010: 22-23).

No hay evidencia en favor de la hipótesis de Ciccia y sí la hay de la tendencia a desarrollar juegos más agresivos en niñas muy pequeñas y de mayor propensión al lesbianismo entre quienes tuvieron hiperplasia congénita (Hines, 2011). ¿También serían los padres los que direccionan la orientación sexual de las niñas? No parece la hipótesis más parsimoniosa.

Se pregunta Mileo "¿Por qué no brindarles a los hijos e hijas una crianza única, esperar a ver con qué juegan para saber qué tipo de cerebro tienen y ahí asignarles el sexo?".  Dando la interpretación más caritativa a esa frase en relación a lo de "asignarles el sexo", lo de observar qué tipo de juego prefiere espontáneamente cada niño y cada niña es lo que se viene haciendo en gran cantidad de estudios desde que los niños tienen menos de un año de edad. El más grande realizado hasta el momento es un metaanálisis reciente de 1788 artículos y 1600 participantes (Todd et al., 2017). Allí se observó que desde los nueve meses de vida la mayoría de los bebés eligen juguetes destinados a su propio género.

Mileo escribe que "los que alimentan la idea de la guerra de los sexos entienden a la ciencia como algo uniforme, con conclusiones estables y consenso general". Pero -una vez más- no cita a nadie que sugiera eso, y puntualiza una disposición hacia el conocimiento de la que carece la mayoría de los científicos, incluyendo a los neurocientíficos. Similar a otra acusación que suelen recibir los científicos cuando se acaban los argumentos: "la ciencia quiere saberlo todo". Pero ocurre más bien lo contrario, los estudios tienden a especializarse y en las conclusiones de los artículos académicos es usual señalar las limitaciones que ha tenido y un conjunto de sugerencias para investigaciones futuras.

"Los estudios ´casualmente´ "- prosigue Mileo (p.106)- comprueban que todas las habilidades socialmente valoradas son más frecuentes en los varones". Tampoco en este caso cita a qué autor está haciendo referencia, y probablemente estemos nuevamente aquí ante datos zombies, una suerte de teléfono roto en el que una primera feminista malentiende a un autor, y todas las demás repiten y siguen deformando la versión original. Es probable que refiera a Simon Baron-Cohen y su teoría  de la empatía-sistematización, que encontró evidencias -replicadas en innumerables estudios- de que en promedio las mujeres tienden a ser más empáticas y los varones a sentirse más atraídos por las sistematizaciones o abstracciones (Baron-Cohen 2001, 2002, 2004a y b, 2005, 2006 a y b). En primer lugar, Baron-Cohen habla de una capacidad superior solo en el caso de la mayor propensión a la empatía, y de preferencia -no de mayor capacidad- por sistematizaciones o abstracciones en los varones, algo evidente en lo que denomina "cerebro masculino extremo" del autista, del que hay evidencia que ha recibido niveles superiores de testosterona  y por tanto una mayor masculinización del cerebro en el útero de su madre (Baron-Cohen 2001, 2002, 2004a y b, 2005, 2006 a y b).  Esto tendría un impacto también en las elecciones de carreras - abrumadora mayoría de carreras sistematizadoras por parte de los varones, como es el caso de matemáticas, ciencias de la computación, ingeniería, etc, y abrumadora mayoría de mujeres en carreras vinculadas con la empatía y el cuidado, psicología, medicina, abogacía, enfermería, veterinaria, etc). Nada de esto implica que la cultura no influya pero, a diferencia de lo que postulan Mileo y el feminismo hegemónico en su conjunto, la evidencia muestra que la biología juega un papel que no puede ser desestimado.

En síntesis, Mileo realiza una falacia del hombre de paja -una simplificación deformada- de las neurociencias, a las que en su capítulo, al igual que Lucía Ciccia, no da evidencias de conocer. Señala  que "la necesidad de romper con el binarismo se evidencia en la problemática trans" (p.108). Pero el fenómeno trans presupone el binarismo, sin él, no habría lugar desde el cual transicionar.  Esto no implica negar el fenómeno trans. La disforia de género -que es cuando  la discrepancia entre identidad de género y sexo aparece vinculada con ansiedad o malestar - parece ocurrir por causas genéticas, epigenéticas y hormonales que afectan al cerebro y lo modifican en un sentido contrario al del sexo genital, llevando a que la persona no se identifique con su sexo de nacimiento. Esto no implica, como señala Mileo, sostener la "concepción de que se vive en un cuerpo equivocado", ya que la persona transgénero puede sentir angustia por el rechazo social o por la discrepancia entre su identidad de género y su sexo corporal, sin dudar de su voluntad de transicionar,  y tampoco implica "presuponer que solo hay cuerpos de mujer, cuerpos de varón, mentes de mujer, mentes de varón". Las categorías interesexo existen y tienen un correlato biológico, así como existe la categoría de transexual. 

Tampoco las neurociencias sostienen que son "patológicas", solo se considera disforia de género al trastorno  que implica un estrés significativo por  la discordancia entre identidad de género y  sexo físico o asignado al nacer. El tratamiento no consiste en hacerlo desistir de la transexualidad, tampoco en la modalidad de reconversión de homosexuales desarrollada en el pasado, sino en ayudar a esa persona a que pueda mejorar su calidad de vida.Se evalúa si requiere una transición hormonal, quirúrgica, o si es necesario promover cambios vinculados con su vida social. Si un transexual no siente malestar, ​ para las neurociencias no tiene trastorno alguno.

 

Las mujeres y las carreras técnicas

Mileo escribe que "mucha gente cree observar que los hombres son mejores para hacer cuentas desde chicos y que eso basta para probar que es una capacidad innata" (p.110).  Tampoco aquí cita a ningún científico que diga eso, sino a la científica feminista Elizabeth Spelke, que tampoco cita a ningún científico que diga que las mujeres no sean buenas en matemáticas sino que no parecieran existir diferencias en habilidades matemáticas entre niñas y niños. Lo que sostiene Spelke es cierto en el sentido de que en promedio las niñas no son menos capaces para las matemáticas. Una vez más, el  corazón del problema refiere a preferencias, no a capacidades. Aún cuando las mujeres en promedio sean igualmente capaces para las matemáticas, a la hora de elegir, prefieren ocupaciones y carreras vinculadas con personas o fenómenos vivos (psicología, abogacía, medicina, veterinaria, biología, atención al público, ventas).  Cita un estudio que a su vez cita Spelke, realizado con bebés, y que por cierto puede ser cuestionable porque no ha sido replicado, pero la evidencia de que las mujeres tienen menos interés en las matemáticas proviene de muchísimos estudios que nada tienen que ver con la observación de miradas en bebés. Por ejemplo, en un estudio realizado con medio millón de personas,  en gran cantidad de países las niñas en promedio rinden igual o mejor que los niños en matemáticas y física, pero cuanto mayor sea la igualdad de género en un país, menos eligen estas carreras y estudian más aquellas centradas en personas o seres vivos (Stoet & Geary, 2018). (Es posible ver un debate entre Elizabeth Spelke y Steven Pinker en Youtube bajo el título "Steven Pinker & Elizabeth Spelke debate - The Science of Gender & Science").

Mileo señala que Spelke dice que la diferencia en los puntajes obtenidos por varones y mujeres en matemáticas desaparece cuando la cultura es menos sexista, pero cuando en su nota al pie se busca la referencia  de ese estudio, no aparece, solo se amplía la idea (nota 52, p.112).

En otro apartado Mileo cuestiona un estudio sobre el interés por parte de los varones en mirar los pechos de las mujeres o su cola (Dagnino y otros, 2012), pero nuevamente no parece haber consultado el estudio, que está disponible en internet, como todos los anteriores que no cita, sino un artículo periodístico del diario de internet Infobae (p.113). Aunque no lo menciona, su objeción en realidad refiere a un comentario que uno de sus autores,Mariano Signan, hizo en el programa de televisión CQC, según el cual las mujeres estarían invirtiendo mal su dinero si se operan las mamas para agrandárselas, ya que los varones miran más la cola. Pero ese comentario no está en el estudio, es una especulación posterior de uno de sus autores. Lo que la investigación se propuso es medir  a través de un adminículo técnico es qué es lo que los varones miran más, algo que también cuestiona Mileo cuando objeta que tendrían que haber entrevistado también a las mujeres. Esa objeción sería válida para investigar el acoso y tantos otros temas, pero si una investigación se propone estudiar qué miran los varones, reclamarle que no investigue lo que no entraba dentro de sus objetivos sería como reclamarle a un escritor que no tenga como protagonista de su novela a un personaje del siglo XV sino a otro del siglo XVIII.

 

¿Sexismo en la tecnología?

El capítulo VIII plantea desde un inicio que habría sexismo en la tecnología, que también sería planteada erróneamente como si se tratara de un "sujeto neutro", es decir, como si no pudiera favorecer más a un sexo que a otro. El primer tema cuestionado es que los motores de búsqueda en internet podrían sacar la conclusión de que es más probable que un economista sea varón y que el personal doméstico sea femenino. Hasta aquí  el dispositivo simplemente constataría que hay más mujeres y varones en distintos oficios, nos guste o no. Pero luego agrega que un programa consideraba que el contenido del trabajo de mujeres programadoras era menos relevante que el de los varones. Tampoco cita ninguna evidencia de esto, pero sin duda, en caso de existir, sería discriminatorio si evaluara la calidad individual a partir de un fenómeno meramente cuantitativo.

A continuación considera sexista que en internet aparezcan más avisos de deportes en las pantallas de hombres y más anuncios de electrodomésticos en las pantallas de mujeres. Convengamos en que el propósito de las empresas es vender, y dado que el deporte es una actividad con sobrerrepresentación masculina, y los electrodomésticos algo que compran más las mujeres, parece lógico que fraccionen el mercado con ese esquema. Hay evidencia además de mayor interés por parte de los varones en el deporte (Pew Research Center, 2008).

Otro cuestionamiento de ese capítulo dedicado a la tecnología es que Apple lanzó en 2015 un programa para dispositivos móviles que, una vez introducidos una serie de datos, realiza sugerencias sobre  nutrición y cantidad de horas de sueño, sin incluir consideraciones sobre el ciclo menstrual, aunque Mileo reconoce que luego se introdujeron estas variables.

El mismo capítulo formula la grave acusación de que a las mujeres las postergan en la lista de transplantes, pero Mileo no apoya su afirmación con ninguna evidencia ni estudio sobre el tema. Si se busca material en internet, aparece un estudio de Gordon & Ladner (2012), pero  nuevamente estamos ante  una estadístiza zombi, ya que cita un estudio que remite a otro, que remite a otro y a otro, y la cita original se pierde en la noche de los tiempos.

Otro reclamo es que los dispositivos de protección para el auto como los airbags y los cinturones se diseñan considerando exclusivamente los parámetros corporales de los varones. En este caso sí aparece una fuente original. El tema amerita sin duda una cautelosa investigación si las mujeres padecieran un daño mayor y fuera en efecto causado por los dispositivos de protección.

Finalmente el capítulo ocho refleja anécdotas de comentarios formulados a mujeres científicas, sugiriendo que son la causa de que haya menos mujeres en carreras científicas con mayor afluencia masculina. Sin embargo, como hemos señalado, en los países menos sexistas del mundo hay menos mujeres en carreras técnicas porque los trabajos que prefieren en promedio (focalizados en personas) están mejor pagos, y no hay más mujeres en los puestos científicos de mayor estatus (Stoet & Geary, 2018) debido a un conjunto de causas entre las cuales la dificultad de compatibilizar las exigencias de ascender en el estatus y la maternidad no es la menor (ya señalamos que la mayoría de las mujeres son madres). Este fenómeno, denominado "La paradoja de la igualdad", es algo que el feminismo constructivista social no puede explicar, en parte porque no suele consultar la bibliografía original sino, como en este caso, centrarse en lo que unas pocas investigadoras feministas concluyeron, en general, Daphna Joel, Janet Hyde, Elizabeth Spelke, y en el caso puntual de Argentina, Lucía Ciccia, que a su vez remite también a estas autoras, y Diana Maffía, que remite a Lucía Ciccia y aparece como una de las fuentes de Mileo en este tema.

Maffía declara que la mayoría de las mujeres científicas atribuyen la inspiración de su carrera a un varón. El problema es que atribuye esto al sexismo, pero el hecho de que admiren a un varón se funda en que hay muchos más varones que mujeres en esos puestos y, por tanto, es mucho más probable que se inspiren en ellos. Maffía diría tal vez que la sobrerrepresentación masculina es en sí misma sexista, pero no hay evidencia de eso, sino de que hombres y mujeres tienen en promedio distintas preferencias e intereses.

 

Conclusiones

La preocupación que no aparece en el libro de Mileo y que resulta prioritaria respecto a la baja representación de mujeres en carreras técnicas, es la que remite al bajo interés de las mujeres por la ciencia en general, algo evidente en la "Encuesta de la percepción social de la ciencia y la tecnología" realizada en España en 2018, donde 18.9% de los varones y 13,9% de las mujeres expresaron su interés por la ciencia, un porcentaje bajo para hombres y mujeres, aunque más bajo para estas últimas. La brecha de género, no obstante, parece achicarse lentamente.  Otro parámetro del escaso interés de las mujeres por la ciencia en general es el porcentaje de mujeres que hay en grupos y páginas de escepticismo en Facebook: 76, 6% de hombres y 23, 4% de mujeres (2018) en las del CEA (Círculo Escéptico Argentino), Círculo Escéptico, Escepticismo político, económico y social, The Skeptics Guide to the Universe y Science & Skepticism.

En cada capítulo Agostina Mileo comparte tips destinados a desarrollar un espíritu crítico en torno a lo que se publica en los medios sobre ciencia. A continuación enumeraré algunos tips que tienen la misma finalidadad pero están destinados a prevenir los errores en que incurre "Que la ciencia te acompañe a luchar por tus derechos":

- Antes de evaluar la hipótesis de sexismo, verificar si no hay variables mal controladas (por ejemplo, si no se tiene en cuenta el número de científicos varones que hay en un área y cualquier disparidad numérica es atribuida al sexismo).

-Las anécdotas no son evidencias. Por ejemplo, los comentarios negativos de los hombres en los laboratorios no han dado evidencia de ser la causa del bajo número de mujeres en este ámbito (los comentarios de varones no han impedido que las veterinarias, las médicas y las abogadas estén hoy sobrerepresentadas en estas carreras, habiendo recibido el mismo tipo de comentarios).

-Para construir un movimiento por la igualdad de género es necesario que a la hora de debatir temas vinculados con la ciencia se respeten condiciones mínimas que favorezcan la transparencia:  citar fuentes originales, diversificar las fuentes de información, atender al tamaño de la muestra en los estudios; si se habla de mujeres, comparar con situaciones idénticas o análogas en los hombres, evitar las estadísticas zombies, el victimismo, las teorías conspirativas y la sobrerepresentación de revistas de divulgación general por sobre estudios empíricos en los que el lector pueda corroborar por sí mismo lo que el escritor postula.

 

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